Tras unos ojos marrones, el joven perdido en sus ensimismaciones, observaba la estación desde una ventanilla del tren. Su rostro hambriento y dudoso ante aquel trayecto de incierto destino pero de clara dirección.
Era un chico de unos veintipico años, cerca de los treinta. De aspecto tranquilo y vestido con una chaqueta de cuello alto con berreguillo. Apoyado en el cristal de la ventana, parecía pregutarse cuándo volvería a comer.
Me fijé en él.
Acababa de comerme la última naranja. 499
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