Joder, qué castillos mentales construyo encima de simples anécdotas marcadas por el devenir del día a día.
Con unas cartas donde el joker sonríe a mi voluntad y, ésta, dirige la apuesta, me lanzo. Todo a una.
Suben a mi derecha. Voy: igualo y subo un poco más (no es un farol, o eso creo); quiero ver sus cartas. Igualan la apuesta...
Enseño mis cartas. Ella enseña su jugada. Gana. Pierdo.
-¿Su nombre? -pregunto. No responde. Repito-: ¿Cómo se llama?
Nada, no hay respuesta.
Despacio, se levanta. Recoge su premio y se pierde escaleras arriba. De lo alto de la torre, un rumor, el tintineo de una vieja Campanilla:
-¿Peter, eres tú?
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